Es que no hay mujeres

Macarena Sáez Torres*

Hace unos días revisaba en internet videos antiguos de programas de conversación política de la televisión latinoamericana de los años setenta y ochenta. Dos cosas me llamaron la atención. La primera fue la cantidad de humo que había en esos programas. Esto era antes que empezara a difundirse información sobre la adicción que produce el tabaco y la paulatina prohibición de fumar en espacios cerrados. Lo segundo, es que se trataba casi exclusivamente de conversaciones entre hombres. Era aún la época en que las leyes, las constituciones y el lenguaje utilizaban el masculino como género subsidiario que englobaba a todas las personas. Cuando un hombre hablaba de “los hombres” debía entenderse “personas” y si había mujeres en el debate, era para hablar de la familia o de temas “de mujeres” (moda, costura, cocina, cuidado, etc.). 

Afortunadamente y gracias a la lucha de muchas mujeres, el siglo XXI no acepta con benevolencia el uso del masculino para englobar a todas las personas y en la mayoría de los espacios las mujeres tienen voz propia, preparadas para hablar en todas las áreas del conocimiento, en casi todos los lugares del mundo. Aun así, los paneles donde todos los invitados son hombres son bastante comunes y, a diferencia del humo de cigarrillo en la televisión, su existencia no sorprende. Quienes organizan dichos paneles y quienes participan en ellos no parecen ver ningún problema. En tiempos de pandemia, donde los paneles virtuales se han multiplicado, abundan las invitaciones con cinco fotos de connotados intelectuales o dieciséis fotos de orgullosos abogados o tres fotos de importantes políticos, representando ideas conservadoras y progresistas (la invisibilización de la intelectualidad femenina no es privativa de un sector en particular). Incluso cuando se trata de temas que afectan exclusiva o mayoritariamente a las mujeres vemos “expertos” listos para explicarnos algo que los oradores difícilmente experimentarán en carne propia.

Ya no hay cigarrillos en televisión, pues entendemos que la nicotina hace mal, pero al parecer no hemos logrado transmitir que la exclusión de las mujeres en los debates públicos también es mala para la salud de una sociedad pluralista y democrática. La protesta en contra de paneles sin mujeres se enfrenta recurrentemente a las mismas justificaciones. La más común es también la más débil: no había mujeres disponibles. La segunda justificación se aferra a que lo importante no es el género de la persona que habla, sino el tema que se discute. La tercera justificación es la más preocupante pues no ve en absoluto el problema: si ya hay conversatorios con exclusividad de participantes mujeres, ¿por qué habría de ser un problema que hubiera paneles solo con hombres?

La primera defensa es débil ya que sí hay mujeres. En muchas áreas ni siquiera hay que salir a buscarlas, pues son conocidas. A menos que el tema sea increíblemente especifico (ni siquiera puedo pensar en un ejemplo), hay mujeres conocidas en sus respectivas disciplinas. El no contactarlas evidencia parte del problema: No son vistas como pares. Existen, pero no son parte de la comunidad. Son marginales y marginadas. La mayoría de los paneles son concebidos a través de conversaciones donde se sugieren nombres. Si quienes están en esas conversaciones no ven a sus colegas mujeres como expertas, si no las tienen en el radar mental como interlocutoras intelectuales, sus nombres no aparecerán en la conversación. En este sentido, la respuesta “es que no hay mujeres” se debe interpretar como una afirmación psicológica y no fáctica. En el mundo percibido por quien entrega esta justificación “no hay mujeres”, a pesar de haberlas físicamente en su trabajo, en su área, en su entorno.

La segunda defensa ante un panel de hombres es que lo único relevante al organizar un conversatorio es el tema que se quiere analizar. Los organizadores no están pensando “en clave género” sino en el tema que les ocupa en ese momento. Un panel, sigue el argumento, no es el espacio para hacer correcciones estructurales. Este argumento hace de la desigualdad un problema de otros y asume que la calidad de la conversación no se ve afectada por la uniformidad masculina. La diversidad de género, sin embargo, enriquece las conversaciones y generalmente entrega perspectivas o ángulos diferentes al tema. Más importante, la invisibilidad de un sector de la población es un problema de todos, que exige que quienes se han beneficiado del privilegio de ser “visibles” asuman su responsabilidad e involucren en el diálogo a las mujeres expertas.

La tercera justificación es las más preocupante. Un panel sólo con hombres no es problema porque también hay paneles exclusivos de mujeres. Si no podemos tener paneles de hombres, tampoco debiera haber paneles exclusivos de mujeres. Lo que no entienden quienes esgrimen esta idea es que los paneles de mujeres son generalmente organizados de esa manera por mujeres que buscan eliminar el déficit de participación femenina en la vida pública. Es decir, están organizados con el doble propósito de discutir un tema, el que puede o no estar ligado a un problema de desigualdad de género, y visibilizar a las mujeres en un área determinada. No hay paneles de hombres con el doble propósito de discutir un tema y hacer visible a los hombres, pues ya lo son. No entender esto es preocupante pues responde a una falta de conocimiento o interés en la deuda histórica de participación de mujeres en discusiones públicas. Los paneles exclusivos de mujeres en temas que no son de interés mayoritariamente femenino no alcanzan a ser estadísticamente relevantes si se toma en cuenta los cientos de años de discusiones exclusivamente masculinas.

Ningún déficit se soluciona manteniendo el mismo escaso flujo de aquello que falta. Para su corrección se necesitan varios pasos: 1) Tener conciencia de la carencia. En este caso, reconocer que aún hay menos participación de mujeres que de hombres en el debate público; 2) Entender las causas del déficit, es decir, los obstáculos históricos y estructurales para la participación de las mujeres, que se traducen en que muchos hombres aun vean como sus principales interlocutores a otros hombres; y 3) Tomar medidas de corrección activas. Como mínimo, no organizar paneles sin participación protagónica de mujeres (por ejemplo, no se puede poner a la única mujer del panel a moderar la conversación) y, lo más importante, no participar de paneles si no hay mujeres. Aquí es donde se ve el real compromiso de los varones con la igualdad de género.

Este problema me recuerda la respuesta que dio la jueza de la Corte Suprema de los Estados Unidos Ruth Bader Ginsburg a la pregunta de cuántas mujeres serían suficientes en la Corte Suprema de ese país, que tiene nueve miembros. Ella respondió nueve. Algunas personas interpretan esta respuesta como propia de un feminismo exagerado que quiere eliminar a los hombres de la vida pública, pero esa interpretación es errada. La deuda histórica de participación de las mujeres hace que el verdadero momento de la integración total se dé cuando sea posible tener una corte de nueve integrantes mujeres sin que sea noticia. Es decir, que haya tal número de mujeres consideradas para el cargo y que compitan en tal nivel de igualdad con los hombres, que la posibilidad de una Corte Suprema formada exclusivamente por mujeres no se considere excepcional. Estamos lejos de ese momento así es que, por ahora, nos toca hacer de los paneles exclusivos de hombres lo mismo que hicimos con el cigarrillo en los espacios cerrados: un hábito viejo, dañino y de mal gusto.

*Profesora de Derecho y Directora Académica del Centro de Derechos Humanos y Derecho Humanitario de American University Washington College of Law

Foto: Mike Gifford/Flickr; Web Summit/Flickr; Terrance Heath/Flickr

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Este es un espacio de la Fundación para el Debido Proceso (DPLF, por sus siglas en inglés) en el que también colaboran las personas y organizaciones comprometidas con la vigencia de los derechos humanos en el continente americano. Aquí encontrará información y análisis sobre los principales debates y sucesos relacionados con la promoción del Estado de Derecho, los derechos humanos, la independencia judicial y el fortalecimiento de la democracia en América Latina. Este blog refleja las opiniones personales de los autores en sus capacidades individuales. Las publicaciones no representan necesariamente a las posiciones institucionales de DPLF o los integrantes de su junta directiva. / This blog is managed by the Due Process of Law Foundation (DPLF) and contains content written by people and organizations that are committed to the protection of human rights in Latin America. This space provides information and analysis on current debates and events regarding the rule of law, human rights, judicial independence, and the strengthening of democracy in the region. The blog reflects the personal views of the individual authors, in their individual capacities. Blog posts do not necessarily represent the institutional positions of DPLF or its board.

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