Por: David Lovatón Palacios[*]
Como ha sucedido en Argentina, Colombia, Chile o México, también en el Perú el buen cine viene ayudando a la reflexión colectiva sobre las terribles secuelas que la violencia del conflicto armado interno dejó en miles de compatriotas, como es el caso de las mujeres que fueron brutalmente violentadas, en especial, en las zonas declaradas en emergencia en Ayacucho o Huancavelica y que durante muchos años estuvieron bajo control militar. Sin generalizar, lo cierto es que el cóctel de machismo y discriminación racial hizo que muchos militares y marinos no tuvieran reparo alguno en violar y someter sexualmente a mujeres indígenas, muchas de ellas menores de edad, según da cuenta el Informe final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación.
“Magallanes” es la ópera prima del director peruano Salvador del Solar, abogado de profesión y, en su momento, destacado alumno de la Facultad de Derecho de la PUCP. La película es extraordinaria no sólo porque está basada en el relato “La pasajera” del escritor Alonso Cueto ni por las destacadas actuaciones de Damián Alcázar (mexicano) y, en especial, de la peruana Magaly Solier, sino porque además logra mostrarnos las profundas cicatrices que la violencia dejó tanto en víctimas como en perpetradores, en un contexto social e institucional aún marcado -hoy en día en el Perú- por una profunda desigualdad y discriminación.
Así por ejemplo, muestra a una policía mucho más preocupada en descubrir un, por cierto, vedado caso de extorsión y secuestro de una persona adinerada en Lima, pero sin interés alguno en investigar un posible caso de violación sexual perpetrado contra una menor de edad pobre… de Ayacucho.
La película muestra también que las mujeres que fueron víctimas de abuso sexual en el contexto de la guerra interna, han sido abandonadas a su suerte por el Estado, sin que hasta la fecha haya habido una auténtica reparación y ni siquiera una cabal comprensión de la gravedad de su situación: mujeres pobres, quechuahablantes, que perdieron familiares y amigos y que inclusive, producto de la violación, quedaron embarazadas. El Estado y la sociedad, hemos intentado todos estos años post-conflicto olvidarnos de ellas; pero una sociedad que se pretende democrática, no debería olvidarlas sino repararlas, castigar a los culpables y, con humildad, pedirles perdón como país.
Finalmente, otro mérito de la película es mostrar el lado de los perpetradores. No la versión de los oficiales sino la de los subalternos, de la tropa que siguió órdenes, aunque las mismas implicaran atrocidades. Una parte de ellos se convirtieron en unos auténticos psicópatas, que aprendieron a disfrutar las torturas y los actos de salvajismo y que ahora viven entre nosotros añorando esos años, esa “adrenalina” y, si la oportunidad se presenta, volver al salvajismo.
Otra parte de ellos, en cambio, viven atravesados por el sentimiento de culpa, con una sed insaciable por redimirse, pero sin lograrlo aunque lo intenten con torpeza. La cinta tampoco pretende reivindicar a este tipo de subordinados, sino los muestra ahogando su culpa en alcohol y con dosis de amnesia selectiva, mostrándolos como lo que también son finalmente: unos perpetradores.
Es interesante, como sociedad, que vayamos conociendo los perfiles, las historias y testimonios de estos actores de la guerra interna y sin pretensión de reivindicarlos, preguntarnos: ¿Llegó la hora de explorar la mirada y qué ha sido del destino de los perpetradores también? a propósito de dos publicaciones que aparecieron en los últimos meses y que levantaron cierta polémica: “Memorias de un soldado desconocido” de Lurgio Gavilán (el testimonio de alguien que fue terrorista, soldado y finalmente religioso) y “Los rendidos: una reflexión sobre el dolor, la culpa y el perdón” de José Carlos Agüero (el testimonio del hijo de unos mandos terroristas).
Hace algunos años la actriz Magaly Solier ganó el Oso de Berlín por otra película peruana que dio a conocer el “Síndrome de la teta asustada” que formuló la antropóloga Kimberly Theidon a partir de sus investigaciones sobre las traumáticas secuelas dejadas en las mujeres que fueron violadas en Ayacucho durante la guerra interna. A partir de esta excelente película dirigida por Salvador del Solar, también podríamos comenzar a hablar –coloquialmente, por cierto- del “Síndrome Magallanes” para referirnos a aquellos perpetradores que viven atravesados por el sentimiento de culpa y que están en búsqueda de redención, a los que la sociedad no sólo debería escuchar e intentar comprender, sino también sancionar judicialmente. Sólo así se redimirán no sólo a las víctimas… sino a ellos mismos.
Vea el adelanto de la película aquí
[*] Profesor principal Facultad de Derecho PUCP y Consultor de la Fundación para el debido proceso (DPLF)