Autor: Diego García Sayán – La República (Perú)
La historia no se congela. Las cosas evolucionan – o regresionan -, según se les mire, y no quedan entumecidas en el tiempo. Una visión objetiva de los procesos es indispensable para que las acciones o contribuciones de cada cual se den sobre datos de la realidad y no sobre visiones distorsionadas de la misma. En esa perspectiva, hay evoluciones importantes que se vienen produciendo en América Latina que es bueno detectar. Parte de esa evolución se vienen dando en el terreno de la democracia y los derechos humanos.
Este comentario es oportuno porque esta semana se ha conmemorado el 65º aniversario de la Declaración Universal de Derechos Humanos. Y porque en ese día, el martes 10 de diciembre, el premio sobre derechos humanos que las Naciones Unidas entregan cada cinco años fue recibido en solemne ceremonia en la sede de la ONU por la Suprema Corte de México, representada por su presidente Juan Silva Meza. Nunca una institución latinoamericana y jamás una institución pública del mundo había sido merecedora de tal distinción. ¿Han cambiado los criterios en la ONU? O, más bien, algo está cambiando en la realidad que hace que una institución del Estado pueda hoy recibir una distinción de este tipo.